El primer disparo (según supe mucho más tarde) se produjo sobre las diez menos cuarto de la noche. Para mí, inmerso tal y como estaba en mis propios pensamientos, fue poco más que un sonido lejano que me llamó la atención apenas unos segundos. Pensé en los niños lanzando petardos, algo propio de las fiestas que comenzaban dos días después, y no me preocupé más. El segundo disparo, el que encendió todas mis alarmas, se produjo tres minutos pasadas las diez de la noche, demasiado cerca de donde me encontraba como para no ceder a la tentación de ir a curiosear un poco. No debería haberlo hecho pero ¿qué sabía yo entonces?
2.6.11
Cuando la conocí fue como si siempre hubiese estado allí. Era la única persona capaz de sonreír solo con la mirada y tenía una luz especial, como el brillo de una hoguera, que danzaba a tu alrededor y te descubría rincones que nunca habías visto.
- ¿Porqué se apagó?
Nunca lo hizo, fui yo quien dejó de verla, quien se quedó ciego, y un buen día sólo podía ver la realidad. Nunca más he vuelto a ver. Ella jugaba con la ilusión entre sus dedos y, cuando te rozaba, podía llenarte el alma de mariposas. Y tenía ojos de gata. Aunque hace años que no la veo los recuerdo como si me mirasen desde la almohada cada noche.
- ¿Eran verdes, como los de los gatos?
¿Sabes qué? Nunca me fijé en su color.
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