12.6.09

Mala imagen

Nadie sospechaba de él. Y, pese a que era lo que había pretendido, en cierto modo le molestaba. Porque él era por encima de todo un artista, y aquella era una de sus mejores obras. Cerró los ojos a las imágenes del televisor y las suplantó en su mente por el recuerdo de los cortes finos y perfectos en la piel, el brillante surco de sangre sobre la tez blanca y brillante, los órganos extraídos sin prisa, casi con delicadeza, y aquella extremidad sesgada de manera impoluta y precisa. Volvió a abrir los ojos. Aquella atrocidad llevaba la marca de un médico o alguien conocedor del cuerpo humano, confesaba en ese momento el portavoz de la policía. Una vez más, el anonimato llevaba asociado el menosprecio de quienes se pensaban superiores. Pero en su interior él sabía quién era y se enorgullecía de no necesitar una carrera, ni siquiera unos principios básicos de anatomía humana, para calar el corazón de quienes apreciaban cada una de sus “propuestas artísticas”. A él le bastaba con trabajar en la carnicería de súper de la esquina, con ser nadie, con no levantar sospechas. Porque al final, aquella era su ventaja.

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